Rompiendo el molde
Cuando escribo aclaro mis ideas, me despejo y a la vez hago una pequeña catarsis, porque me desahogo mejor que cuando simplemente intento contar lo que me está pasando.
A veces encuentro difícil hablar con mis amigas y las mujeres de mi familia porque en nuestra cultura las mujeres suelen dar su opinión libremente y, aquellas que lo hacen, por lo general piensan que poseen la verdad absoluta. Es como un afán de demostrar que son las que más saben – no de manera malintencionada, por supuesto – en lugar de portarse como buenas amigas y escuchar a alguien que lo necesita.
Por eso quizás extrañaba tanto escribir.
También pensé que cuando volviera a publicar algo sería para contar una historia de amor feliz.
Mi historia de amor feliz.
La última vez que publiqué un artículo en «Borrongonga», mi blog, fue en agosto de 2020, ya hace casi dos años. Usaba Facebook para anunciar las nuevas entradas en mi blog, pero desde hace un tiempo decidí cerrar mi cuenta en esa red social así como también “borrongonga”, la cuenta que había abierto en Instagram sólo para temas de mi blog.
La idea de tener un blog personal nació cuando aún vivía en los Estados Unidos. Es un blog que relata mi experiencia con el cáncer de seno, mi recuperación, mi divorcio, mi maternidad 8 años después de semejante insuceso, mis «aventuras» amorosas y mis reflexiones al respecto con algunas píldoras psicológicas.
En mi blog he escrito acerca de mi ex esposo y algunos de los hombres que se han atravesado en mi camino durante los casi 7 años que llevo viviendo aquí en Colombia. Lo escribo con la intención de descubrirme más a mí misma. Pensé que al estar de vuelta en mi país las cosas serían distintas para mí en el tema romántico gracias a todo lo que he vivido.
Pero no ha sido así.
Los personajes que he conocido se ajustan a un perfil de hombre que no es recomendable ni saludable para mí. Consultar con una psicóloga me ayudó mucho a crecer, madurar, aprender y a conocerme más, pero definitivamente escribir ha sido también un gran aliado.
En mis artículos saco todo: cómo conozco a estos personajes, qué me atrae hacia ellos, qué pasa durante las relaciones y, lo más importante, qué aprendo de ellas.
Hoy decidí sentarme a escribir porque desde hace más de un año empecé una relación con un hombre que conocí en la virtualidad a la cual nos llevó la pandemia. Lo conocí por temas de trabajo cuando tuvimos que compartir la pantalla en varias reuniones laborales.
Luego de culminar el proyecto empezamos a hablar por medio de emails, whatsapp, videollamadas y, finalmente, yo hice un viaje para conocernos en persona porque él no vive en Colombia.
Si bien yo iba con un poco de temor a ese primer encuentro porque era extranjero y completamente ajeno a mi entorno inmediato, ya habíamos estado hablando por más de 3 meses cuando decidimos conocernos en persona. El encuentro fue un éxito, nos entendimos muy bien y decidimos que era buena idea seguir viéndonos y tener una relación a distancia.
De esa manera fue como yo hice dos viajes más antes del break de verano. Eran viajes cortos, pero lindos y llenos de emociones. Cuando planeé el siguiente viaje lo hice con mi hijo para aprovechar las vacaciones de mitad de año y también para que ellos se conocieran.
Es un hombre mayor que yo – me lleva 10 años – y nunca había salido con alguien que me llevara tanta edad. Pero esa no era la única diferencia entre él y los otros hombres con los que había salido antes – es un hombre que ha vivido experiencias similares a las mías en el campo amoroso, se las lleva de maravilla con mi hijo y mi hijo con él y, lo más importante: rompía el molde de hombre que siempre se me “acercaba” antes.
Aunque dentro de mis planes a corto plazo no estaba el volver a vivir por fuera, si alcancé a proyectarme viviendo con él – felices los tres – y hoy, desencantada, sentada frente a mi computador estoy tratando de descifrar y entender… ¿qué fue lo que pasó?