El otro día mientras íbamos de camino al colegio, mi hijo me preguntó: “Mami, sé que ya eres grande, pero igual quiero saber: ¿qué quieres ser?”

Esta pregunta me sorprendió. No sólo por su manera de formularla, sino porque también veníamos hablando de todo aquello que había pasado con mi última relación, de la cual él también había sido parte.

Mi hijo sentía curiosidad por saber qué era lo que había pasado y también había logrado percibir que algo no estaba bien. Días antes me había dicho: “¿Mami, qué fue lo que pasó? No quiero sonar chismoso, pero te he escuchado hablar por teléfono y quisiera saber ¿qué pasa? ¿Por qué antes te gustaba él y ahora no?”

Tuve que explicarle, con toda la sinceridad del caso, lo que había pasado. Obviamente, no dejé de incluir todo lo bueno que había traído para él esa relación. De hecho, la razón por la cual yo me quedé en ella los últimos meses fue por verlo a él tan feliz. Ellos se la llevaron de maravilla y eso me llenaba mucho y empañó un poco mi percepción de tranquilidad y felicidad.

Hacía mucho que no estaba tranquila, ya no era feliz.

Hoy mientras escribo esto y me desahogo, no voy a negar que siento un poco de rabia por haberme quedado tiempo extra en una relación que ya no me estaba aportando lo que yo necesitaba. Odio pensar que todo lo que me ha pasado antes en relaciones no ha sido suficiente para que “me las sepa todas”.

Pero no voy a pensar en lo que pude haber hecho y no hice, porque de nada sirve eso ahora. Hay que tratar de siempre enfocarse en lo positivo, en los aprendizajes, en lo lindo y lo bueno que el haber conocido a este hombre le trajo a mi vida.

Él llegó de manera inesperada, durante la pandemia, cuando todos estábamos tan aburridos y llenos de desesperanza, en una reunión de trabajo virtual. Apenas lo vi, algo me llamó la atención. Todavía es algo que no logro descifrar – no sé si fue su físico, su mirada, su manera de hablar – o el conjunto de las tres cosas.

Nunca pensé que algo se materializaría después de las reuniones laborales porque me imaginé que un hombre como él estaría casado, tendría tres hijos y un perro. Además vivía por fuera de Colombia, lo cual en el momento que vivíamos, complicaba aún más las cosas.

Pero me sorprendí cuando un día recibí un correo de él, semanas después de haber terminado el proyecto. Me gustó su tono y cómo tomó la iniciativa de escribirme unas cuantas líneas, en las cuales sólo se limitó a preguntarme cómo me había terminado de ir con mi proyecto en el trabajo.

Y así fue como todo comenzó.

Compartimos experiencias de trabajo y de vida durante varios emails hasta que encontramos tan interesante todo aquello que teníamos en común que empezamos a hablar por Whatsapp y, seguidamente, por teléfono y videollamadas.

Después de unos meses ya queríamos conocernos en persona. Fui yo la que hizo el primer viaje. Lo pasamos muy bien juntos. Tan bien que de ahí surgieron 6 viajes más, 4 de ellos con mi hijo. Él también nos visitó dos veces.

Pero, ¿qué fue lo que me gustó después de la atracción inicial que es necesaria para poder comenzar cualquier relación?

Cuando empecé a conocerlo más me recordó a un hombre de tipo “renacentista” –  bueno, sincero, viajado, culto, inteligente, guapo, buen escritor y conversador, que a su edad estaba “en sus papeles” y que tenía una posición y experiencia similar a la mía en el campo de las relaciones amorosas.

Su comportamiento con mi hijo también fue ejemplar. Durante ese corto tiempo fue más padre para mi hijo que lo que ha sido su padre biológico.

Gracias a él, a su formación en psicología y educación infantil, logré matricular a mi hijo en un excelente y prestigioso centro de terapias ubicado a 40 minutos de donde él vivía. El tratamiento era virtual pero, en los últimos 4 viajes, aprovechamos para que hiciera muchas sesiones en el centro.

Mi hijo lo quiso mucho y pasaban muy bien juntos. Aún lo quiere y por eso pregunta por él y quiere saber qué pasó.

No puedo negar que eso me duele y me hace sentir culpable a ratos.

Ayer mientras me tomaba un café con una amiga ella me preguntó: “¿Qué sientes?”

Me costó trabajo buscar las palabras adecuadas para explicar este sentimiento tan complejo que me atormenta de vez en cuando, que me genera malestar y un desinterés increíble por todo lo que me rodea – amigos, familia, eventos, salidas – que sólo me deja sentirme tranquila una vez es la hora de dormir y cuando el día llega a su fin…

No es desasosiego, ni depresión. Tampoco sé si es rabia o frustración, aunque sin duda debe haber algo de eso.

Concluyo que debe ser desilusión, un sentimiento de fracaso y también de desconocimiento de lo que viene. ¿Y ahora qué? ¿Qué sigue?

O como me preguntaba mi hijo: “¿Que quieres ser, mami? Creo que a eso precisamente se refería con su pregunta tan madura y oportuna en ese momento.

La respuesta no la tengo y eso me frustra.

Me ilusioné, me “empeliculé”, ignoré señales de alerta que eran evidentes y dejé que las cosas avanzaran más de lo debido y por eso hoy siento un poco de enojo.

Pero al mismo tiempo sé que no debo ser tan dura conmigo misma.

¿Qué tiene de malo querer ser feliz con alguien y equivocarse en el intento?

Nada. Por el contrario, debo estar orgullosa de ser lo suficientemente fuerte y valiente al reconocer que no era la persona idónea para mi – aún con tantas cosas buenas. En el pasado quizás hubiera permanecido más tiempo ahí.

También debo sentir tranquilidad – un “fresquito” – de ser capaz de explicarle a mi hijo sin vergüenza, sin tapujos y sin miedo, aquello que me alejó de esa persona buena, interesada por nuestro bienestar, con unos detalles que ya no se ven en el romanticismo de hoy, pero que ya no llenaba mis expectativas.

“No hay nada perfecto”, es lo que usualmente escucho cuando me preguntan qué fue lo que pasó y doy una explicación a grosso modo. Yo sé que no hay nada perfecto y menos en temas de relaciones, pero sí puedo reconocer cuando algo me hace sentir bien y cuando algo no me está llenando del todo.

La auto-reflexión que he hecho en los últimos años me ha ayudado a conocerme más y a saber un poco mejor qué es lo que quiero, lo que NO quiero, lo que busco en una relación y a detectar señales de alerta.

Aquello que no me genera tranquilidad y bienestar, eventualmente afectará a mi hijo. Tengo una gran responsabilidad con él, con lo cual no es el momento de “conformarme” con alguien por muy buenas cualidades que tenga –  sino me llena al 100% – por temor a estar sola o porque según dicen por ahí: “nada es perfecto”.

Ese día cuando mi hijo me hizo esa pregunta mi respuesta fue: “Quiero ser feliz, quiero estar tranquila y verte feliz a ti. Eso, para mí, sí que es perfecto”.