El código oculto

La premisa del famoso libro de los años 90 «Los Hombres son de Marte, las Mujeres son de Venus» es que los problemas más comunes en las parejas son el resultado de diferencias psicológicas fundamentales entre los sexos. Lo cual explica la metáfora que los hombres y las mujeres son de diferentes planetas.

Pero, ¿qué tan cierto es esto realmente?

La tendencia general es creer que los hombres y las mujeres no pueden ser buenos amigos por aquello de la tensión sexual y las leyes naturales de la atracción. En las parejas, siempre existe esa falta de confianza que puede llegar a ser un motivo de tortura si una de las partes decide tener un «amigo» del sexo opuesto.

Los psicólogos afirman que nuestras elecciones en temas de pareja están directamente conectadas con la relación que teníamos con nuestros padres cuando niños.

Mi padre fue un hombre muy estricto que, en su esfuerzo por sobreprotegerme, me hablaba con mucho cinismo de las relaciones amorosas y, como resultado de la crianza entre él y una madre de origen libanés, crecí pensando que todos los hombres eran malos y, lo que es aun más importante, diferentes.

Por esa razón, nunca quise tener novio en el colegio. La realidad es que no me dejaban y yo tampoco quería. Fue sólo cuando me fui a estudiar a Bogotá que decidí darle una oportunidad al amor.

Todo en ese departamento iba bien hasta que, por cosas del destino, terminé en los Estados Unidos. Aunque ya no era una niña, mi falta de experiencia e ingenuidad  combinada con la soledad tan angustiosa que se puede llegar a sentir en un país extranjero sin la familia y un círculo de amigos cercanos,  me hizo de alguna manera tomar decisiones equivocadas y a la ligera en cuanto a temas de relaciones.

Siempre quise hacer las cosas bien por mi naturaleza perfeccionista – cumplir mis sueños de niña, completar una lista de cosas por hacer antes de los 30, complacer a mis padres y también escoger a una pareja que cumpliera con el requisito fundamental de ser diferente a aquellos hombres malos que mi papá describía cuando yo era niña.

Como consecuencia, terminé casada – por muchos años – con un hombre que no me apasionaba y que, al principio, fue un amigo que llegó en el momento justo a permitirme cumplir un requisito en mi lista de cosas por hacer y a llenar el vacío de mi soledad pero que, al corto tiempo, se convirtió en un compañero de cuarto con el cual tenía muy poco en común.

Después de mi divorcio estuve en una relación estable por más de dos años y tuvimos un hijo juntos, lo cual me hace muy feliz. Aunque hoy en día ya no estoy con esa persona, me siento realizada como mamá y, gracias a eso, pude volver a Colombia después de mucho tiempo y estar cerca de mi familia.

Desde que vivo en Colombia, me he dedicado a disfrutar la maternidad y la crianza de mi hijo, a mi familia y a mis amigos, pero también he sacado el tiempo para tratar de entender el origen de muchos de mis temores. Traté de ser feliz con dos personas que, hoy en día sé y entiendo, no eran adecuadas para mí… Escogí estar con ellos por las razones equivocadas y, habiendo identificado de antemano, las señales de alerta.

No me arrepiento de mis equivocaciones y desaciertos, pero hoy en día preferiría cometer errores nuevos y no los mismos.

Cuando escribo me desahogo y esto me permite organizar mis ideas acerca de cosas que leo y no logro digerir del todo hasta que las escribo y manifiesto en mis propias palabras. Escribo desde el corazón, con mucha candidez y sinceridad y sé que lo que escribo, de alguna u otra manera, le ha llegado a muchos hombres.

Esto me ha permitido entrar en su mundo, un mundo que no es tan foráneo como a veces creemos. He logrado convertirme en una amiga de confianza pensando más como ellos y esto me ha ayudado a entender muchas cosas desde el punto de vista masculino.

Es como si hubiera develado el código oculto de ese aparente enigmático mundo porque ahora me cuentan sus «secretos» y se dejan conocer tal y como son o por lo menos yo así lo siento.

De repente lo que pasa es que, como me decía mi terapeuta hace un tiempo: aprendí finalmente a ver lo que está ahí realmente sin idealizar o empelicularme.

En los últimos dos años he madurado mi propia teoría del amor y lo que espero de este sentimiento en el cual a veces es difícil creer. Pero lo más importante es que he aprendido a conocerme más, a quererme a mí misma, a perdonarme, a hacer las cosas que me hacen feliz a mí y a no tragar entero.

A veces el estar de vuelta en mi ciudad me hace cuestionar muchas cosas… Cuando me reúno con algunas de mis amigas de infancia y, al verlas felices con sus parejas, me pregunto si el vivir en su entorno y decidirse por personas de su misma cultura les ayudó a apuntarse bien, desde el principio, en un matrimonio exitoso.

También anhelo haber sido más como aquellas mujeres que vivieron lo que quisieron sin medida y hoy en día son felices con sus familias, cumpliendo con las normas de esta comunidad tan exigente y cretina.

La famosa metáfora de los años 90 es bastante debatible basada en mi reciente experiencia con los hombres, pero sólo lo fue cuando decidí hacer una variación en la manera de relacionarme con ellos y esto me tranquiliza.

Por medio de esta reflexión concluyo que estoy en mi mejor momento como mujer, porque soy capaz de controlar mejor mis emociones y, aunque no quiero perder mi esencia – una combinación entre la fachada de una mujer moderna y la identidad interior de una mujer muy pura – si quisiera llegar a un equilibrio casi perfecto, en el cual estoy en completo control de mis decisiones de manera racional y asertiva, sin olvidarme de mí misma.