Hace tres años, mi hijo, que entonces tenía siete, me hizo una pregunta que me dejó desconcertada:
«Mamá, ¿será que porque yo no me acuerdo de mi papá, mis amigos creen que yo quiero quitarle a sus papás?»

En ese momento, sentí cómo mi corazón se apretaba. ¿Cómo podía una mente tan pequeña formular algo tan profundo? No sé qué me asustó más: la pregunta en sí o la certeza de que, con el tiempo, vendrían otras igual o más difíciles para las cuales quizá no esté preparada.

Respiré hondo antes de contestar y le respondí algo así: «Hijo, nadie puede quitarle un papá a otra persona porque cada papá y cada familia son únicos. Tú no necesitas un papá presente para ser increíble, porque ya tienes lo más importante: una vida llena de cariño, apoyo y experiencias hermosas, y una mamá que te ama con todo su corazón. El lazo biológico es importante, sí, pero ser padre no es simplemente haber dado la vida, es ocupar el rol de criar, cuidar y amar incondicionalmente a alguien. Y aquí estoy yo para hacerlo contigo todos los días.»

Mientras hablaba, no sabía si mis palabras serían suficientes para calmar su duda, pero recuerdo claramente cómo asintió con su cabeza, como si mi respuesta le hubiera dado algo de tranquilidad. Eso, al menos, me dio un poco de paz.

Desde entonces, esa pregunta me ha acompañado en muchos momentos. Me hizo reflexionar no sólo sobre lo que expresó, sino sobre lo que implica criar a un niño que algún día será un adolescente y, más adelante, un hombre joven. He conversado sobre esto con varias mamás amigas que, como yo, están profundamente comprometidas con la educación y crianza de sus hijos. Coincidimos en que criar en esta época no es sencillo y que, aunque hacemos lo mejor que podemos, también nos preocupa no siempre tener las respuestas adecuadas para guiarlos en momentos difíciles. Sin embargo, también compartimos el deseo de criar niños fuertes y seguros de sí mismos. Eso me anima, porque sé que no estoy sola en esta tarea.

Como madre soltera, la incertidumbre es una constante y a veces dudo de si lo estoy haciendo bien. Sin embargo, cada vez que lo veo ser compasivo y empático con un amigo, cuidar a alguien más pequeño o hablar desde el corazón, siento que algo estoy haciendo bien.

Sé que llegarán días complicados. Habrá inseguridades, dudas sobre su lugar en el mundo y seguramente otras preguntas que me dejarán sin palabras. Pero estoy segura de que él es fuerte y resiliente. Quiero que sepa que siempre puede venir a mí con cualquier inquietud y no importa si no tengo la respuesta perfecta porque podemos encontrarla juntos.

Criarlo sola no ha sido fácil, pero también me ha dado momentos de inmensa gratitud y orgullo. Él es mi mayor maestro. Sus preguntas, su manera de ver el mundo, me inspiran a ser mejor cada día. Sí, el futuro me asusta, pero también me emociona, porque sé que, pase lo que pase, él siempre tendrá algo que no le faltará jamás: mi amor incondicional.

Cuando recuerdo aquella mañana y la pregunta que me hizo, logro entender algo que me ha acompañado desde entonces: no siempre se trata de tener todas las respuestas, sino de estar presente, con amor, para escuchar y construir las respuestas juntos.

Y tú, ¿cuál ha sido la pregunta más difícil que te ha hecho tu hijo o alguien importante en tu vida?